lunes, 9 de noviembre de 2015

Manang. 06 de septiembre


Nos levantamos temprano, era el día de aclimatación en Manang y para ello, decidimos subir a un pequeño templo budista en la falda de la montaña, justo a 3.900 metros por encima del nivel del mar. Para llegar al sendero que nos subirá al templo, teníamos que atravesar la aldea y subir por un sendero estrecho, algo peligroso y muy empinado, puesto que en menos de 4 kilómetros tendremos que subir unos 600 metros, así  que con todas las fuerzas de las que disponíamos nos pusimos a caminar.
Subida desde Manang


Subida desde Manang

Área de descanso
Por el camino encontramos unas pequeñas “áreas de descanso” donde disfrutamos de unas vistas impresionantes. Tras unos metros más llegamos a un pequeño templo excavado en la ladera de la montaña.
Estábamos sin aire y el corazón latía a mil por hora, después de unas bocanadas de aire entramos por una pequeña puerta, como las de las pequeñas granjas de las películas western y vimos un pequeño huerto, de repente de una puerta excavada en la roca salió una mujer con el atuendo budista tibetano, nos saludó muy amablemente y nos invitó a entrar.
Dentro de la casa-cueva

Vistas desde el templo
Sin saber muy bien donde nos metíamos entramos un poco escépticos. La casa cueva era un pequeño pasillo que llevaba a una pequeña habitación, también excavada en la piedra, donde aquella mujer cocinaba, comía, meditaba y dormía. Entramos los cuatro como pudimos y nos dijo, con gestos, que nos colocáramos en un pequeño banco de madera. Ella se sentó delante de nosotros y comenzó a preparar un té, al que nos invitó mientras rezaba oraciones. Tenemos  que decir que fue el té más rico de todo el viaje, sabía delicioso. Después del té uno a uno nos fuimos arrodillando delante suya y mientras oraba nos colocó a cada uno una cinta de color amarillo. Después de la bendición  la mujer cambio de actitud y comenzó a hablar muy abiertamente y a hacernos preguntas, cuando le dijimos que éramos de España se puso muy contenta y nos saco unas fotos. Mientras las pasaba nos explicaba que el protagonista de las fotos era también un chico español, nos enseñó fotos de él con ella, con su padre, famoso monje tibetano que está enfermo en un hospital de Katmandú en esos momentos, y de repente allí estaba, el Teide nevado, resultó que el chico era canario. Fue un momento difícil de explicar, que en una montaña del Himalaya hubiera una fotografía del volcán que teníamos al lado de casa fue algo surrealista, y surgía en nuestra mente esa expresión de que pequeño es el mundo.

Después de unos minutos conversando con ella, salimos al exterior a contemplar una vez más el vasto paisaje que teníamos ante nuestros ojos, que sin duda no olvidaremos nunca.
Bajada hacia Manang

Bajamos al pueblo y cuando llegamos yo (Juan), me dolía tanto la cabeza que no podía mantenerme despierto, solo quería dormir, así que me acosté. Carlos y José Antonio se fueron a ver el lago del glaciar y Adriana decidió quedarse conmigo.
Pasados 20 o 30 minutos me desperté perfecto, sin dolor y sin cansancio, así que nos fuimos a Bakra, el pueblo cercano donde vimos el monasterio antes de llegar a Manang el día anterior. Cuando llegamos vimos que el agente subía hacia el monasterio, por lo que decidimos subir nosotros también y cuando llegamos a la puerta había un cartel que decía, las visitas al monasterio son solo hasta las cinco de la tarde, eran las cuatro menos diez, pero decidimos entrar. Nos quitamos los zapatos y entramos en la sala. El espectáculo es indescriptible pero lo intentaré para que os hagáis una idea. Suenan trompetas (dugchen en tibetano), la luz era muy tenue y solo algunas velas iluminan la sala, en el centro hay un altar repletos de ofrendas, y la gente sentada alrededor recita mantras al ritmo de un tambor y un gong mientras mueven una especie de molinillo (rueda mani) que gira sin cesar. Con esta visión nuestra expresión en la cara lo decía todo, pero nos dejamos llevar y decidimos comportarnos como los lugareños, nos sentamos y observamos, en principio las preguntas se agolpan en nuestra mente, ¿tendremos que estar aquí?, ¿estaremos molestando?, pero de repente nos damos cuentas de algunos detalles curiosos. El monje que toca el gong mientras recita mantras esta jugueteando con algo en la mano, nos fijamos bien y era un smartphone, el abad o lama superior que se encuentra en un púlpito por encima de los demás, intenta darle bocados a una chocolatina, pero cada vez que se lo acerca a la boca, el mantra comienza de nuevo y no lo deja comer, entonces se acerca una mujer y nos enseña unos tickets, son 100 rupias, nos dice. Con todo aquello nos relajamos y disfrutamos del espectáculo y pasados unos minutos los monjes con ayuda de algún laico, comienzan a repartir ofrendas, se acercan a nosotros y nos ofrecen un poco de fanta, en las manos, una galletas y palomitas de maíz. Los mantras en nuestra cabeza se hacen rítmicos y pegadizos sin darte cuenta empezamos a seguir su ritmo en la cabeza, pero de repente del exterior aparece un niño saltando y corriendo, el mantra continúa pero todos miran al niño y algunos ríen, tras ellos entran gente en la estancia con cazos y ollas, después de esto y ver cómo reparten más comida decidimos marcharnos ya que no nos apetece comer.
Monasterio budista de Bakra


Llegando al monasterio

Lago del glaciar
Después del momento vivido, volvimos a Manang para descansar, Carlos y José Antonio se fueron a la habitación, pero nosotros que no habíamos visto el lago nos acercamos a verlo. Era impresionante y el agua estaba helada!!!!
Ya cenando decidimos que al día siguiente continuaríamos hacia la siguiente parada y llegar hasta Lethre, ya estábamos cerca del final del trekking.


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